Cada vez
que observo a mi alrededor me doy cuenta que el tiempo se ha detenido, que los días
pasan, las horas vuelan y los minutos se van mas rápido (el tiempo no da para
nada). Pero evidentemente el tiempo si se ha detenido. En mi desconcierto me senté
en la plaza y volví a observar a mí alrededor. Frente a mi quedaba la iglesia
que tenía sus puertas abiertas y estaba vacía. Entré. Solo había dos mujeres de
unos 40 a 50 años aproximadamente, con rosarios y abanicos de mano. Las observe
durante 15 minutos hasta que una de ellas salió. La otra me miró. Salí de la
iglesia y me senté nuevamente donde estaba y seguí observando a mi alrededor.
Me fije en los viejitos que jugaban domino, en una adicta que tenía un libro y
una pareja joven que no hacía más que exhibir su amor de una manera muy
atrevida.
La señora salió
de la iglesia y se acercó a donde mí y me preguntó si estaba atravesando por algún
problema. Le dije que no. Evidentemente yo no tenía un problema. Ella me miró
fijamente y me dijo que sabía lo que estaba pensando. “Estas pensando que el
tiempo se ha paralizado, pero no es así, el tiempo sigue corriendo lo que no
corre son las mentes de las personas”. Sacó de su cartera un álbum pequeño de
fotos y me mostró como era antes la plaza y como ella disfrutaba junto con sus
hijos allí. Era increíble el cambio. Le pregunte por sus hijos (los de la
foto). Ella contestó: “Es una pena que ya no estén aquí, se han ido al
extranjero porque no se hallan en su tierra”. Fue una terrible respuesta: “Ojala
y vuelvan porque si seguimos como vamos, se nos van a ir todos los
profesionales y personas cultas”. Ella sonrió y dijo que estaba segura de que
sus hijos regresarían porque se les inculcó de muy pequeños el amor a su tierra
(que es lo que ahora nos falta). A mí solo me resta decir que yo amo mi patria.
Y me hace feliz saber que no somos tan pocos los que pensamos que vale la pena
tener un hogar libre.
Dorcas Figueroa
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