martes, 16 de julio de 2013

Aquellos niños

Esta tarde me reencontré con un gran amigo de la infancia. Nos dimos cita en el mismo parque donde nos llevaban cuando niños y en el cual se convirtió a lo largo del tiempo en nuestro refugio y por supuesto en el  lugar de planificaciones cuando se nos ocurría cualquier locura. Paseaba por el parque para matar un poco el tiempo. Estaba nerviosa, como hace mucho no lo veía no sabía qué mentalidad me podría encontrar luego de cuatro años. Pasó el tiempo y el reloj marcó la hora del encuentro. Muy puntualmente se encontraba sentado en el mismo banco donde se sentaban nuestras madres para velarnos. Me entusiasme muchísimo (no lo puedo negar). Llegue hasta el banco y le tapé los ojos, una sonrisa movió sus cachetes y tomó mis manos. Nos dimos un abrazo el cual estaba lleno de experiencias y vivencias nuevas muy distintas a nuestros juegos de niños. Platicamos aproximadamente cuatro horas, y parecía que solamente habían pasado dos. El tiempo se había detenido.
 
Mientras conversábamos una mujer nos interrumpió, para decirnos que con la mentalidad que teníamos, nos meteríamos en muchos problemas. Muy en su sentir expresó que se compadecía de jóvenes como nosotros. Nosotros nos miramos y nos sonreímos muy disimuladamente. Luego de que estuvo regaño tras regaño (porque eso parecía), le preguntamos como ella procedería en nuestro caso. Su respuesta fue: “Eso no se los contesto porque ya no soy joven. Solamente no naden en contra de la corriente, a fin de cuentas se cansaran y terminaran flotando si no es que se ahogan antes por necios”. Ya sus palabras eran mayores, entonces la invitamos a sentarse. Ella no aceptó.  Decía que no iba a perder su tiempo tratando de convencernos. Se fue. Nos miramos nuevamente y fue el momento preciso para hacernos una gran promesa. No importando lo que fuera ni las vicisitudes que se nos presenten, no podíamos terminar de ninguna manera como esa mujer. Su mirar era cansado y sus pasos lentos. Comprendimos algo: empezó una lucha que jamás terminó, se ahogó en el camino y ya solo quedaba su cuerpo moribundo flotando sobre un mar de conformismo que ya no la dejaba alentarse ni alentar a otros.
 
Una cosa si descubrí aquella tarde (casi noche), mi amigo seguía siendo el mismo cómplice que me dijo de pequeño que tendría una casa llena de libros. No sé cuando lo vuelva a ver. Solo sé que hay una promesa y espero no ver el reflejo de aquella mujer en ninguno de los dos para nuestro próximo reencuentro.
Dorcas Figueroa

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