Historias
muchas tenemos para contar. Yo cuento la mía día a día porque no escribo por
escribir, sino que solo escribo lo que
creo saber sentir. Aunque si es cierto que no soy la única con vivencias
extraordinarias, no es menos verdad que todo obrero del arte ve la vida de una
manera diferente. Se aprende en el camino a mirar con los ojos del corazón.
Subió el telón
y un viernes sobre el escenario con dos guitaras, un par congas, un piano y dos
micrófonos se llenó de magia aquel lugar. La fusión de las artes era
maravillosa: poesía, música y teatro. No sé porque (o tal vez si lo sé), pero
en mi cabeza solo tenía aquella música que sonaba tan magistralmente la cual
decía: “…Hay un millón de locos orbitando, músicos en peligro de extinción, los
poetas, los poetas delirando. Hay un mundo esperando, ¿y qué esperas tu?”. Solo
me acordaba de esa parte de la canción (en un principio, porque ya me la se
completa) y la repetía constantemente. Conviviendo un poco más con los
integrantes de la banda ya me supo más el porqué su música me contagiaba. Era
evidente, somos todos jóvenes dedicados al arte.
Todas las
canciones tenían un toque especial, eran vivencias y experiencias reales de
sentimientos y situaciones que al escucharlas cobraban otro sentido. Ya no era
simplemente las letras de Omar Quiñones vocalizadas por Lydiana Santiago y
tocadas por la banda, ya eran las canciones que el público cantaba. Todos
tenemos una historia que contar. Muchas veces la guardamos en una caja y la
escondemos en el rincón más lejano que podemos encontrar, ignorando que las
historias se hicieron para contar y también para cantar.
Dorcas Figueroa
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