He tachado las líneas de este papel más de tres
veces. No sé como comenzar a escribir, solo sé que siento un deseo intenso de
escribir ciertas verdades, pero eso a la gente no le gusta. Escribo en papel
para no perder la costumbre. Esta era tecnológica que ayuda a “difundir las
comunicaciones”, nos está dejando incomunicados poco a poco. Ya ni los
cucubanos brillan pues han sido sustituidos por las pantallas táctiles de los
celulares, mejor dicho, de las tabletas. No es que me moleste en lo mas mínimo,
pero tengo la leve sospecha de que la gente anda en un nuevo mundo.
Caminaba no hace poco por las calles de Rio
Piedras. Después de salir de la calle de
las librerías, se me antojo un arroz blanco con bistec encebolla’o y unos
amarillitos por el lado. Pensé en ir a casa, pero el hambre apretaba así que me
fui a una cafetería por el área. ¡Estaba repleta!, pero al parecer ese día
andaba de suerte pues quedaba exactamente una mesa vacía. Luego de haberme
sentado con mi comida, llegó un muchacho que ya había visto en una de las
librerías a las que fui.
“¿No te
molesta si me siento contigo?”- me preguntó-. Luego de haberse sentado me dijo
las siguientes palabras: “¡Que curioso precisamente estaba pensando en comer
arroz blanco con bistec encebolla’o y unos amarillitos por el lado! No te
asustes, no te ando siguiendo. Pero si miras a tu alrededor te darás cuenta que
todos tienen un aparato electrónico en las mesas, ¡ni reposar los dejan! Por
eso pensé que contigo si podía tener por lo menos una conversación sensata”.
Estaba muda. Era un chico muy espontaneo e inventor. Ya me había dado cuenta
que estaba mirando mi plato para ver lo que tenia servido, pero a pesar de todo
era un joven agradable. Conversamos de todo un poco, y en un punto de la conversación
me dijo: “Yo creo que ya no habrá nada que una el mundo, la desconfianza es
tanta que ya no hay mucho que hacer y los que hacen pierden el tiempo”. Me
sorprendió como una mente que aparentaba ser tan inteligente estaba
derrumbándose. “¿Tu qué piensas?”-dijo-. “Yo creo que no, sino, no te hubiera
dejado sentar, me vienes siguiendo desde la librería. ¡Imagínate! Todos somos
iguales con diferente collar. Todos nosotros tenemos las mismas necesidades en circunstancias
diferentes pero parecidas y eso ha sido así desde que el mundo es
mundo”-contesté-. Nos echamos a reír. Terminó pagando ambas cuentas. Cuando se despidió
me pidió mi número de teléfono, idea que no me pareció tan acertada. Fue
entonces cuando me dio su facebook, me miro y se dio cuenta que estaba cayendo
en lo mismo que criticaba. A final de cuentas terminamos acordando que nos
encontraríamos el próximo jueves para comernos un plato de arroz blanco con
bistec ensebolla’o y unos amarillitos por el lado con la salvedad que la
próxima la pago yo.
La gente que pierde la esperanza o las ganas de
luchar ha sido porque se ha detenido a observar desde el ojo equivocado. El ojo
acusador que prejuicia, que denigra, discrimina y destruye. Yo me redimo día a día
buscando un escape con sentido propio y genuino sin atadaras dentro de un mundo
encadenado, con una falsa libertad que por el momento no me priva de ser quien
soy. El día en que pierda mi esencia, perdí el norte y me convertí en un
juguete más de un monopolio controlado por unos pocos.
Mañana es jueves, no sé si ir, pero sé, que
un chico estará esperándome en la cafetería de una calle en Rio Piedras.
Dorcas Figueroa
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