miércoles, 27 de noviembre de 2013

Arroz blanco con bistec encebolla'o y amarillitos por el lado


 
He tachado las líneas de este papel más de tres veces. No sé como comenzar a escribir, solo sé que siento un deseo intenso de escribir ciertas verdades, pero eso a la gente no le gusta. Escribo en papel para no perder la costumbre. Esta era tecnológica que ayuda a “difundir las comunicaciones”, nos está dejando incomunicados poco a poco. Ya ni los cucubanos brillan pues han sido sustituidos por las pantallas táctiles de los celulares, mejor dicho, de las tabletas. No es que me moleste en lo mas mínimo, pero tengo la leve sospecha de que la gente anda en un nuevo mundo.
Caminaba no hace poco por las calles de Rio Piedras.  Después de salir de la calle de las librerías, se me antojo un arroz blanco con bistec encebolla’o y unos amarillitos por el lado. Pensé en ir a casa, pero el hambre apretaba así que me fui a una cafetería por el área. ¡Estaba repleta!, pero al parecer ese día andaba de suerte pues quedaba exactamente una mesa vacía. Luego de haberme sentado con mi comida, llegó un muchacho que ya había visto en una de las librerías a las que fui.
 “¿No te molesta si me siento contigo?”- me preguntó-. Luego de haberse sentado me dijo las siguientes palabras: “¡Que curioso precisamente estaba pensando en comer arroz blanco con bistec encebolla’o y unos amarillitos por el lado! No te asustes, no te ando siguiendo. Pero si miras a tu alrededor te darás cuenta que todos tienen un aparato electrónico en las mesas, ¡ni reposar los dejan! Por eso pensé que contigo si podía tener por lo menos una conversación sensata”. Estaba muda. Era un chico muy espontaneo e inventor. Ya me había dado cuenta que estaba mirando mi plato para ver lo que tenia servido, pero a pesar de todo era un joven agradable. Conversamos de todo un poco, y en un punto de la conversación me dijo: “Yo creo que ya no habrá nada que una el mundo, la desconfianza es tanta que ya no hay mucho que hacer y los que hacen pierden el tiempo”. Me sorprendió como una mente que aparentaba ser tan inteligente estaba derrumbándose. “¿Tu qué piensas?”-dijo-. “Yo creo que no, sino, no te hubiera dejado sentar, me vienes siguiendo desde la librería. ¡Imagínate! Todos somos iguales con diferente collar. Todos nosotros tenemos las mismas necesidades en circunstancias diferentes pero parecidas y eso ha sido así desde que el mundo es mundo”-contesté-. Nos echamos a reír. Terminó pagando ambas cuentas. Cuando se despidió me pidió mi número de teléfono, idea que no me pareció tan acertada. Fue entonces cuando me dio su facebook, me miro y se dio cuenta que estaba cayendo en lo mismo que criticaba. A final de cuentas terminamos acordando que nos encontraríamos el próximo jueves para comernos un plato de arroz blanco con bistec ensebolla’o y unos amarillitos por el lado con la salvedad que la próxima la pago yo.
La gente que pierde la esperanza o las ganas de luchar ha sido porque se ha detenido a observar desde el ojo equivocado. El ojo acusador que prejuicia, que denigra, discrimina y destruye. Yo me redimo día a día buscando un escape con sentido propio y genuino sin atadaras dentro de un mundo encadenado, con una falsa libertad que por el momento no me priva de ser quien soy. El día en que pierda mi esencia, perdí el norte y me convertí en un juguete más de un monopolio controlado por unos pocos.
Mañana es jueves, no sé si ir,  pero sé, que  un chico estará esperándome en la cafetería de una calle en Rio Piedras.
Dorcas Figueroa

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