Estuve compartiendo con un hombre de quien he
vivido enamorada (por su versatilidad teatral) desde que subió a escena junto a mí, realizando innumerable obras
de teatro y dándole vida a personajes que había escrito exclusivamente para ser
representados por Peter Santiago. Hace tres semanas, una tarde, me encontré con
él. Venia vestido con su uniforme de trabajo, una libreta y un lápiz. Se sentó
y sus primeras palabras fueron: “¡Dorcas, quiero escribir!”. Sin perder tiempo me presento su propuesta.
Comenzamos por el principio: identificar que quería escribir, para quien
(aunque las letras del corazón las deberían de leer todos) y con qué propósito.
Todas las preguntas me las contestó firmemente. De ahí pasamos a la estructura,
a la ortografía, referencias… En fin, habíamos pasado toda esa tarde juntos.
Hoy durante la mañana me llamó para decirme que
quería reunirse conmigo a pesar de que ayer lo había visto y mañana volveré a
verlo. Yo acudí a esa cita que de emergencia había surgido. “Siéntate Dorcas,
lee y dime, si esto esta correcto o no lo está”. Yo lo leí con detenimiento y precaución. Lo
mire fijamente con una expresión fingida de preocupación. Hubo un silencio. Se sentó.
Miró su teléfono. Lo apagó. Parpadeó. Respiro hondo y me habló. “Está mal, ¿verdad?”.
Aterrado con cara de pocos ánimos su mirada decayó al suelo. Yo levante su
quijada, pase mi mano por su mejilla y le conteste: “Ahora sí que es verdad,
estoy preocupadísima (con una sonrisa en mi rostro), si yo tengo Agujeros en el
Agua tu abrirás pronto Vuelo de Pez o algo similar, porque me encanta tu manera
de escribir”. Sonrió y dio un salto. Besó mi mejilla y susurró a mi oído: “No
vuelvas a asustarme de esa manera”. Me dio un mal de risa, pues, sus palabras
fueron más sutiles de las que esperaba.
Gracias Peter Santiago. Gracias por hacerme
parte de tu vida y parte esencial de tus letras. Mis respetos.
Dorcas Figueroa
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