Si
de familia de arte se trata, la familia Flores, le lleva la delantera a muchos.
Pero no quiero hablar de todos los Flores, aunque me sea difícil no hacerlo.
Cuando era pequeña recuerdo perfectamente que las mejores fiestas se hacían en casa de mi tía Maribel. Se ponía mucha salsa, bomba, plena y boleros. Nunca faltaba la comida y tampoco el arroz con dulce de mi madre. Entre risas y algarabía esa fiesta (precisamente en víspera de reyes) marcó mi vida. Tenía siete años cuando todo comenzó con una canción. Mis primas, que para nada cantan, tomaron cada cual un micrófono del equipo de sonido que había llevado mi tio y comenzaron a cantar por encima de la voz una canción que todos conocían menos yo: Amor, amor. El dramatismo de la canción o la actuación de ellas mientras hacían que cantaban me entretuvo. Entonces llegó el aplauso y ellas quedaron encantadas.
A
las 12:00 de la madruga como ya oficialmente era día de reyes, podíamos abrir
nuestro regalos. A mis primas, mucho más grandes que yo, le regalaron cd’s de
música, películas y libros a mí me trajeron un “karaoke” verde de “casette”.
Estaba culeca porque podía hacer justo lo que hicieron mis primas con aquella
canción.
Al
pasar los días mi madre tenía que ir a cuidar de mi abuela que paso el mayor tiempo
de las navidades en el hospital y me dejó cuidando con tía Maribel. Yo no
soltaba mi pequeño “karaoke” lista para hacer el alboroto donde fuera. Yo,
pequeña al fin, no recordaba nada más que el estribillo de la canción que con
tanto ímpetu repetía. Fue ahí cuando mi tía puso el cd completo y luego el otro
y luego el otro, todos de Lolita. Aquella voz peculiar simplemente me dejaba
hechizada.
Cuando
ya tenía más o menos unos 13 años comencé a estudiar teatro. Veía películas y leía
bastante (aunque todavía me falta mucho por leer) y buscando obras y películas,
me topé de nuevo con Lolita. Instantáneamente me remonté a un pasado no muy
lejano y recordé aquellas canciones que aprendí de más chica. Entonces cantó Mediterráneo
(una de mis versiones favoritas). Y si ya estaba enamorada de Lolita en mi
niñez, ni pensar la ilusión que me hizo verla actuar. Me empapé de su trabajo y
afirmé que la vida da regalos. Algunos son de cerca, otros al otro lado del
océano.
Hay
madres biológicas, madres de vida y madres de arte. Lolita se convirtió en una de esas madres de
arte que me regalaba una
enseñanza con cada pieza de teatro, música, televisión o cine que llegaba acá,
a mi pedacito de tierra instalada en el Mar Caribe. Aprendí también que la historia no es solo lo
que marca un libro, sino que cada cual tiene una historia y en el mundo del
arte existen legados, que el arte enamora y te hace participe cuando se aprende
a amar lo que se hace y se representa dignamente.
Mi
alma vieja en cuerpo de joven, hoy a mis 21 años, vive agradeciendo la vida de
esta mujer. Agradecida de sobra con Dios y con la vida por permitir que su
música llegara a mis oídos cuando tenía siete añitos. Sigo dando gracias.
Gracias vida por una madre de arte como esta.
¡Feliz día de la madre, madre de arte y de la
sabiduría ancestral con la que cuentas y me regalas con tu trabajo!